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Análisis e Interpretación

El terrorismo como forma de propaganda.

El terrorismo como forma de propaganda.

Mil Gracias a mi amigo y colega Jorge Amorós por su ayuda para  la elaboración de este artículo.

Todavía están muy recientes en el recuerdo de todos nosotros, y aún lo estarán durante mucho tiempo, las terribles imágenes del 11-M. Son realmente trágicas y brutales, algo que nunca había pasado, y de una magnitud inimaginable hasta el momento en nuestro país. Es imposible no sentirse conmovido ante la visión de algunas escenas realmente terribles.

Y la extensa y exhaustiva cobertura informativa que se le ha dado a este atentado terrorista sin precedentes en nuestra historia ha sido constante desde el primer momento, atendiendo a todos los detalles posibles que pudieran ser de interés para cualquier sector de la población. Desde el primer momento todos los que se mantenían pegados al televisor o a la radio estaban pendientes del desarrollo inmediato de los acontecimientos, con datos que surgían y cambiaban a velocidad vertiginosa con toda la intensidad del momento, como el número de fallecidos o la cantidad de bombas que habían estallado, o las que se iban encontrando a lo largo de las horas siguientes y a las que se procedió a neutralizar con explosiones controladas.
 

Poco después comenzaban las preguntas sobre la autoría. Ángel Acebes comparecía ante la prensa para afirmar que apenas había alguna duda, si es que había alguna, de que la responsabilidad de los atentados recayese sobre la banda terrorista ETA. Poco antes, Arnaldo Otegi había hecho público un comunicado en el que aseguraba que la ETA no estaba tras la masacre, apuntando en la dirección de algún tipo de organización islámica. Esta declaración fue desdeñada sin ninguna duda por el portador de la cartera de Interior, calificando a Otegi de miserable. Pero aun así, con toda la seguridad que afirmaba tener acerca de la identidad del grupo autor de los atentados, no descartaba ninguna otra posible teoría ni línea de investigación. Cabe preguntarse acerca de la seguridad que realmente tenía, puesto que a lo largo de las cuarenta y ocho horas siguientes los acontecimientos se decantaron de una forma que en apariencia, refuta por completo las declaraciones iniciales del ministro de Interior.

Como los efectos de una piedra golpeando la superficie de un estanque de agua, la cobertura informativa de los acontecimientos se iba extendiendo paulatinamente a todo lo que rodeaba el atentado. Pronto comenzábamos a ver las reacciones ciudadanas de solidaridad, las enormes colas que se formaban frente a los puestos móviles de donación de sangre, la colaboración inmediata de los vecinos residentes en los alrededores de las estaciones afectadas por los atentados, el personal médico y sanitario de todo tipo que había acudido espontáneamente a donde eran necesarios. 
 

A medida que los heridos iban siendo trasladados a los diferentes hospitales de Madrid, la atención de los medios informativos se centraba en estos centros sanitarios y en los lugares habilitados para facilitar información a personas que pudiesen albergar alguna duda acerca de amigos y familiares que pudiesen haber sido afectados por los atentados.
 

Una vez trasladados todos los heridos y fallecidos de los trenes, y una vez asegurada la zona, el interés de los medios de comunicación se fue trasladando a su vez. Ahora la atención estaba copada por la investigación y las reacciones de diferentes fuerzas políticas, primero nacionales, y después internacionales, con declaraciones del secretario general de la ONU, Kofi Annan, de mandatarios de otros estados, como el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, todos ellos expresando su condena a los atentados, y del Parlamento Europeo, que declaró el día 11 de marzo como Día de las Víctimas del Terrorismo. Las ondas sobre la superficie del estanque continuaban extendiéndose.

Dimensión propagandística del terrorismo.
 

Al igual que el ministro de Interior, la mayoría de declaraciones formuladas por parte de miembros de las autoridades, o de las figuras relevantes en la orientación de la opinión pública, como los periodistas, se decantaron por hablar de un atentado de ETA antes de que se hiciese público el hallazgo de las pruebas que comenzaban a apuntar en la dirección de Al Qaeda.

Es precisamente sobre esa orientación de la opinión de los ciudadanos y sobre los efectos que puede tener sobre ellos la información a la que todos se ven sometidos, de lo que se tratarán estas páginas.
 

Que duda cabe que toda esta impresionante cobertura informativa a la que se están viendo sometidos los acontecimientos del 11-M era uno de los efectos buscados por los autores. El terrorismo, sobre todo cuando se trata de un terrorismo indiscriminado, en el que no importa apenas la identidad, y sí la cantidad, de víctimas mortales, es un acto de propaganda, en el que se trata de condicionar la opinión y reacción de aquellos que se puedan sentir amenazados por los que han cometido semejantes crímenes.
 

En el libro Terrorismo, ideología y revolución, David Capitanchik cuenta:

“El fin del terrorismo, nacional o internacional, es asesinar a enemigos políticos, disuadir a enemigos potenciales y desestabilizar la sociedad”
 

En este caso concreto, difícilmente se pueden catalogar a cualquiera de las numerosas víctimas de los atentados como “enemigos políticos” de Al Qaeda o cualquier otro grupo islamista relacionado con la organización de Osama Ben Laden. Pero es muy fácil hacer conjeturas acerca de la función de disuasión y desestabilización que se esconde detrás de estos actos terroristas. La derrota electoral del Partido Popular en unas elecciones generales celebradas tan solo tres días después de los atentados ha sido el primero y más evidente resultado, desde el punto de vista propagandístico. La anunciada retirada de las tropas españolas destinadas a Irak, caso de realizarse, sería otra gran consecuencia. Si bien es cierto que esta retirada ya había sido una de las promesas electorales del PSOE durante la campaña, también lo es que si se produce, será presentada ante los simpatizantes de Al Qaeda como un triunfo de los terroristas. Lo mismo ocurrirá con otras naciones, como Estados Unidos, donde varios de los periódicos de mayor tirada, como el Washington Post, ya han interpretado esta reacción como un derrocamiento del gobierno por parte de los terroristas.
 

De manera que tenemos claro que hay una función propagandística en las acciones perpetradas por los terroristas. Pero antes de incidir más en el tema se hace necesario establecer algunas aclaraciones sobre el concepto de propaganda, así como de sus diferentes formas de llevarse a cabo.

Alejandro Pizarroso Quintero, en su libro Historia de la Propaganda, defiende como la más precisa de entre las definiciones propuestas la siguiente:

“Propaganda es la expresión de una opinión o una acción por individuos o grupos, deliberadamente orientada a influir opiniones o acciones de otros individuos o grupos para unos fines predeterminados”.

Comparando esta definición con la afirmación de Capitanchik acerca de los fines buscados por el terrorismo encontramos paralelismos. La disuasión de enemigos potenciales y la desestabilización social son compatibles con influir opiniones o acciones para fines predeterminados.
 

Propaganda también puede ser una forma de interpretar lo desconocido. Las declaraciones de Ángel Acebes responsabilizando a ETA de los atentados del 11-M, sin tener verdaderas pruebas de ello, son una forma de propaganda. A nadie se le escapaba que aceptar que pudiera tratarse de un atentado de Al Qaeda como algo más que una de las posibilidades que “no se descartaban” le podría suponer un duro golpe al Partido Popular. Por otra parte, caso de tratarse realmente de un atentado de ETA, el resultado de las elecciones del día 14 hubiese sido completamente diferente. Lo mismo que si la identidad de los autores no hubiese sido conocida hasta después de las elecciones. Ante la duda, la mayoría de la población se inclinaba, comprensiblemente, por asumir que la responsabilidad recaía sobre la banda terrorista vasca.

Modelos de propaganda.

Pizarroso distingue tres tipos básicos de propaganda: propaganda blanca, propaganda negra y propaganda gris.

El primer caso, el de la propaganda blanca, hace referencia a una situación en la que la fuente se encuentra correctamente identificada y el mensaje no deja lugar a dudas. Es el caso que podemos apreciar en cualquier cartel electoral. En una situación aplicada al terrorismo, es cuando ETA efectúa un comunicado en el que se hace responsable de alguno de sus asesinatos, y las fuerzas policiales no tengan ninguna duda acerca de la veracidad de dichos comunicados. En el caso de demostrarse la autenticidad de la cinta de vídeo con el mensaje grabado que daba la autoría del crimen a alguno de los grupos vinculados con Al Qaeda también nos hallaríamos ante uno de estos casos.

La propaganda negra se da cuando, independientemente de la veracidad del mensaje, la identidad de la fuente ha sido falsificada. Si los autores del atentado fueran los mismos que dejaron la cinta de vídeo pero no fuesen fundamentalistas islámicos, entonces estaríamos ante uno de estos casos. No es infrecuente el que algún grupo terrorista lleve a cabo estas acciones, a fin de orientar la opinión pública en contra de alguno de sus enemigos. Se puede observar esto en varios de los conflictos que se han llevado a cabo en Latinoamérica, donde a menudo guerrillas y paramilitares se acusan mutuamente de ser los autores de alguna atrocidad en particular. De todos modos, no parece que ese sea el caso de los atentados del 11-M.
 

El último de los tres tipos básicos es la propaganda gris. En esta categoría, se da una situación en la que independientemente de una correcta o incorrecta identificación de la fuente, el mensaje emitido por la misma es falso, o cuanto menos, inexacto. Esto era lo que desde un primer momento se defendía desde el gobierno, afirmando que los comunicados de Otegi de que ETA no era responsable de la masacre eran rotundamente falsos, difundidos con el único ánimo de sumar confusión a un ambiente ya sumamente caótico, en el que las preguntas se multiplicaban y la sociedad se encontraba atemorizada y más que confusa por la enormidad de lo que acababa de ocurrir.

Proximidad.
 

Haciendo un análisis de lo anterior, y asumiendo que tal y como afirman las autoridades, la teoría con mayor peso es la de que Al Qaeda o alguna de sus  organizaciones fundamentalistas islámicas aliadas se encuentran tras las bombas, nos hallaríamos ante un caso de propaganda blanca y de carácter internacional. Puesto que el destinatario del mensaje, es decir, aquellos que deben sentirse atemorizados, no es únicamente la sociedad española. Se trataría de todos aquellos que están implicados en  la “Guerra contra el Terror” mantenida por los Estados Unidos y que les ha servido de justificación para acciones tales como la más que cuestionada invasión de Irak. Sociedades y gobiernos de todas partes se sienten amenazados y están multiplicando sus medidas de seguridad para evitar que lo ocurrido en Madrid el 11-M se repita en otras ciudades, así como reavivar el debate sobre la legalidad de la ocupación de Irak por parte de fuerzas internacionales.

Para lograr semejantes efectos, los terroristas han tenido que cometer un atentado que no fuese sólo de una escala desconocida en nuestro país, que ya se encuentra desgraciadamente acostumbrado al tiro en la nuca y al coche bomba. Se trataba de cometer un atentado de esta magnitud en occidente.
 

Desde los ataques del 11-S a las torres del World Trade Center, no había habido otro atentado de gran magnitud en Estados Unidos ni en Europa. Y aunque podría parecer lo contrario, para los terroristas que deseen una mayor cobertura informativa a través de la cual difundir su mensaje, no les basta con elevar el número de muertes que provocan sus atentados. Deben hacerlos de forma que haya una cercanía entre las víctimas y aquellos a los que va destinado el mensaje, la amenaza.

Esto es muy fácil de demostrar. Cuando en España se oye de algún atentado cometido en Irak contra ciudadanos iraquíes, apenas despierta un poco de interés en los medios, apenas algo más que el que crea el incesante goteo de muertos que hay en el conflicto Israel-Palestina. A menos que se trate de atentados que causen una atroz cantidad de víctimas, en cuyo caso se dará la información con mayor detenimiento. Pero si los muertos son occidentales, hay una sensación de proximidad mucho mayor, se muestra mayor interés y preocupación, y los medios ofrecen información más detallada acerca de estos casos.

Cuando los atentados tienen lugar ya sobre un territorio que nos resulte cercano, tanto geográfica como culturalmente, los efectos son exponencialmente mayores. En caso de ser atentados cometidos en el propio territorio, sobre todo si es en la capital, y con un resultado que alcanza los doscientos muertos... bueno, todos estamos sufriendo todavía la conmoción de lo ocurrido. España es el epicentro de todo lo ocurrido, pero los efectos han alcanzado todo el mundo. Es algo lamentable pero inevitable, a menos que se estableciese una censura intolerable en un estado democrático. Esto es lo que buscaban los responsables de la masacre.
 

Ser consciente de todo esto, tener conocimiento acerca del funcionamiento de estas situaciones ayudará a no resultar fácilmente manipulado por aquellos que quieren imponer su voluntad a través de la violencia, vengan de donde vengan.

El momento elegido.
 

El epítome del terrorismo sigue siendo el ataque a las torres gemelas en Nueva York, el 11-S. Incluso la correspondencia de fechas, ambos atentados cometidos un día 11, aunque sean meses diferentes, hace que este asunto sea susceptible de recibir una interpretación propagandística, aunque en el caso de Madrid, parece tener mayor peso el hecho de que las elecciones generales se hallaran tan próximas al momento de los atentados.

Esto parece cobrar cada vez más peso. Poco después de los atentados, un medio londinense que ya había servido otra vez como forma de difusión de los comunicados de Al Qaeda recibía un e-mail en el que la organización fundamentalista se adjudicaba la responsabilidad de los atentados. El día 17 de marzo, con las elecciones ya concluidas, el mismo medio recibía un nuevo comunicado en el que se informaba de la “suspensión de atentados” en el territorio español, suspensión que duraría, como mínimo hasta saber cuáles serían las consecuencias del cambio de Gobierno en la política exterior de España. Particularmente, en el mantenimiento del apoyo ofrecido por el Gobierno saliente a los Estados Unidos, y la permanencia de las tropas españolas estacionadas en Irak.

Con menos de cuarenta y ocho horas antes del inicio de la jornada de reflexión, las fuerzas políticas no tenían apenas ninguna manera de reaccionar ante tan dramática situación. La única solución que encontraron fue la de suspender de inmediato la campaña electoral para sumarse a una condena unánime contra los ataques terroristas. De todos modos, encontraron formas de canalizar, aunque fuese de manera indirecta, algunos de los actos realizados durante los días siguientes a los atentados. Todo ello a fin de minimizar los golpes políticos que seguro iban a recibir. Respondieron a la propaganda de los atentados con su propia contrapropaganda.

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