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Análisis e Interpretación

Cómo nos venden la Guerra (La III Guerra del Golfo Pérsico) II

Cómo nos venden la Guerra (La III Guerra del Golfo Pérsico)  II Si la II Guerra del Golfo (1991) fue la guerra más anunciada del siglo XX, la tradición cinematográfica de principios del siglo XXI nos ha traído, como en las grandes sagas del cine comercial de finales de siglos y comienzos del XXI (Star Wars, Matrix, El Señor de los anillos...) una secuela que completa la triología. Al espectáculo mediático del gabinete de George Bush senior a comienzos de los años noventa, lo ha completado una secuela, una continuación que trae consigo un final feliz para una trama enmarcada en la lucha contra el mal, en la que el villano (el mejor y más malvado de la historia del cine norteamericano) resulta tan retorcidamente malo que el héroe de la película, acompañado por un limitado número de fieles amigos, ha debido saltarse las normas para lograr restablecer el equilibrio de la titánica lucha entre lo decente y lo perverso, dado que la mayoría de los honrados y sufridos ciudadanos del mundo habían caído en el engaño del perverso antagonista.
Como si se tratase de una película, los medios de propaganda de los EEUU han tratado de vender este nuevo episodio de una cruzada antiterrorista global con tintes argumentales de cómic de los años treinta, en los que los malos soñaban con dinamitar la Estatua de la Libertad, como si con ello empujasen al suicidio a los humillados pero bondadosos ciudadanos norteamericanos, y en los que un superhéroe, siempre del lado de lo decente y lo bueno, frustraba sus planes con hazañas épicas.
De tal modo, si el padre del actual Presidente no pudo acabar con la amenaza fantasma que se cernía sobre la región de Oriente Próximo y el Golfo Pérsico, amenazando a sus honrados y trabajadores vecinos, que por supuesto son amigos de América, dicho Presidente se siente con el deber moral de terminar su tarea y con ello lograr que éste sea un mundo más seguro para las niñas y niños que confían ciegamente en su saber hacer.

Hoy en día, cuando los ejércitos son presentados como organizaciones benéficas de reparto de ayuda humanitaria y protección civil, donde la planificación estratégica de la defensa tiene mucho de Marketing y los planes de comunicación social respecto a las intervenciones armadas parecen guiones de cine, dado que hay que ganar la guerra tanto en el campo de batalla como en los medios de comunicación, guerras como la que hemos vivido entre el 20 de Mayo y el 15 de Abril sirven como modelo a lo que nos vamos a encontrar a lo largo de este siglo que acaba de comenzar. Los atentados terroristas del 11 de Septiembre, presentados a la población como un hito que daba comienzo oficial al siglo XXI, un hecho, como las grandes batallas y las caídas de civilizaciones imperiales que marcaban los cambios de era en las viejas lecciones de Historial, una práctica ya desfasada en los planes de estudio que parece volver a renacer en las acontecimientos presentes. El 11 de Septiembre significó el fin de un programa político que llevó a George Washintong Bush, acompañado del que fue principal consejero de su padre durante la presidencia que ejerció entre 1992 y 1996 Richard Cheney. Un programa que hacía prever un espléndido aislamiento norteamericano, en el que se disminuía la costosa presencia de sus fuerzas armadas en el exterior, y se centraba en reducir los costes del estado para remontar la previsible crisis cíclica que iba a sufrir la economía del país vencedor de la Guerra Fría. Prometiendo un reparto de los dividendos de la paz y recomendando a sus ciudadanos que ahorrasen e invirtiesen el dinero que habían acumulado gracias a un periodo de bonanza económica nunca visto desde los años cincuenta (y es que la administración Clinton-Gore tuvo en palabras del exPresidente español Felipe González la suerte de llegar cuando se remontaba la crisis económica que provocó la salida de George Bush de la Casa Blanca y de irse cuando comenzaba una nueva etapa de recesión), para lograr que los EEUU controlasen por fin su déficit público, un grupo de fanáticos del Islam decidió demostrar que nadie es invulnerable, y menos el acomodado elefante estadounidense.
De tal modo, como en una película (y es que ya veíamos venir este espectáculo) los EEUU, tras un mes y medio de investigaciones monta una campaña militar, eso sí innovadora ( Revolucionaria, diría yo: Una campaña sin unidades pesadas, basada en la conjunción del poder aéreo con acciones irregulares de fuerzas especiales y usando como unidades regulares a las fuerzas de la oposición, a las que había equipado pertinentemente con material ruso), que acaba con el peculiar régimen teocrático de la milicia Talibán en un remoto país de arraigada tradición guerrera. Sin embargo, devuelto el golpe al mal, la lucha sigue por alguna razón: Nuestro héroe no puede acabar de consolidarse sin superar al maestro, sin acabar lo que empezó su padre.
De tal modo, como los historiadores señalan en los años previos a la Segunda Guerra Mundial, los EEUU pasan de sufrir una crisis económica y de tratar de aislarse del resto del mundo, a multiplicar el gasto militar varias veces, y con ello fomentar la investigación científica, lo que les permite colocarse como principal potencia económica, al liderar los índices globales de Investigación y Desarrollo y de Productividad. Además sus Fuerzas Armadas, que en los años treinta y cuarenta pasaron de ser una fuerza exclusivamente defensiva con bajo presupuesto y el personal justo a convertirse en la excepcional fuerza que ganó la Segunda Guerra Mundial al Eje (con algo de ayuda), pasa ahora de ser una fuerza de paz y apoyo a misiones humanitarias a convertirse en una nueva fuerza con tecnología punta capaz de consolidar el poder de la Casa Blanca en todo el globo (también con algo de ayuda para reducir los gastos). Si los expertos comparaban la política económica de Clinton y Gore con el New Deal, ahora comparan la de Bush jr. Y Cheney con la de Truman y Eishenhower (con un complejo militar-industrial como piedra angular de una economía de superpotencia).
Sin embargo, un presagio bíblico, el de la sangre de los padres se verterá sobre sus hijos limita el éxito del gabinete republicano respecto a la Opinión Pública Internacional: Los errores, respecto a la comunicación social, de su padre en la II Guerra del Golfo (Si cada guerra ha de ser conocida por una característica peculiar (La guerra de los cien años, la gran guerra patria de los rusos...) la de 1991 podría ser recordada en los libros de Historia como La Guerra de las Mentiras -libro de Pizarroso Quintero, Alejandro. Editorial EUDEMA, 1991-) hicieron que la opinión pública desconfiara por completo de la campaña orquestada por los norteamericanos para vender esta nueva guerra, lo que provocó hasta cierto punto problemas de gobernabilidad en estados que, a priori, habrían apoyado la campaña y le habrían aportado la legitimidad que necesita este nuevo tipo de guerras asimétricas , una lección que se aprende en cualquier Facultad de Ciencias de la Información, con asignaturas como la Teoría General de la Publicidad.
La campaña se lanza como si se tratase de una película de acción postapocalíptica (la diario El Mundo la compara con Mad Max), y pese a las complicaciones iniciales para un avance cuya fundamentación teórica haría suspender a cualquier aspirante a general por dejar sin cobertura las líneas de suministro, no desplegar suficientes tropas y no asegurar la superioridad aérea antes de iniciar la fase terrestre de la invasión , la campaña acaba siendo un éxito (al contrario que en Afganistán, la captura de líderes iraquíes no era prioritaria) en poco más de veinte días, aunque las previsiones exageradas del gabinete Bush jr.-Cheney hablaban de una victoria total en tres días; y la atención de la opinión pública mundial se disipa. Finaliza la cobertura intensiva de la guerra, en la cual sólo el asesinato del primer ministro serbio Goran Dinjic apartó el tema de las primeras páginas de los periódicos, se pasa a una fase de postcrisis, en la que la ocupación y reconstrucción de Iraq, junto a los problemas de seguridad en un estado destruido acaparan la atención.
Esta guerra se parece a la anterior en la importancia de la superioridad tecnológica, aunque esta vez el mal estado de las fuerzas iraquíes evitó que ciertas armas mantuviesen una lucha política como la de los Scud B y los Patriot en 1991, y en el uso de los medios, particularmente la televisión, dentro de la planificación estratégica; aunque por un lado apenas se han visto los nuevos modelos de armas (sistemas Land Warrior para Infantería (La única referencia a esta tecnología la hizo el diario La Razón acerca del asalto urbano para tomar Bagdag) , los helicópteros furtivos Comanche, o los cazabombarderos F-22 y X35/JSF) a parte de adaptaciones a las nuevas circunstancias del campo de batalla de armas que datan de la Guerra Fría (los carros Abrams y Bradley, cazas F16 y F18, y armas de precisión), convirtiendo la Operación Libertad Iraquí en un escaparate de venta para la tecnología militar producida por el complejo industrial militar estadounidense. Una perfecta conclusión para la guerra que será modelo de las que veremos a lo largo del presente siglo.

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