El Apogeo del Conflicto: 1968 -7 Febrero, La Batalla de Lang Vei
7 de Febrero: Las unidades de los campamentos de las Fuerzas Especiales debían librar una guerra de guerrillas contra irregulares. Lo último que podían esperar era que el enemigo atacase con carros de combate.
Justo después de la medianoche del 7 de febrero, el puesto de observación de Lang Vei fue repentinamente iluminado por una bengala. Cuando el sorprendido sargento Nikolas Fragas recuperó la visión tras el cegador destello, la sorpresa fue completa. Allí, detrás de dos nordvietnamitas que cortaban tranquilamente la alambrada del perímetro, ronroneaban dos enormes carros de combate pintados de color verde oliva. Espantado al haber descubierto tropas nordvietnamitas a un tiro de piedra, Fragas radió un mensaje al comandante del destacamento: ¡"Hay carros en la alambrada!" Era comprensible que la voz del especialista asistente sanitario sonase algo chillona, pues dos carros nordvietnamitas estaban a punto de rebasarle, algo que no le había sucedido nunca antes a un norteamericano en servicio en Vietnam. El EVN desplegaba medios acorazados por primera vez.
Sucedió pocos días después de que el inicio de la ofensiva del Tet sacudiera Vietnam de Sur de lado a lado. De hecho, esta base menor de las Fuerzas Especiales esperaba también la llegada del enemigo, pero no en la forma de aquellos monstruos verdes. El día anterior 50 proyectiles de artillería pesada enemiga habían caído sobre el campamento, que quedó cubierto de cráteres, con dos casamatas destruidas y los enfermeros ocupados en un par de heridos. Habían caído después de que se encendiesen unas cuantas siniestras bengalas y se oyeran extraños ruidos. Los soldados se habían apresurado a encender el viejo generador, pero ahora se había materializado el origen de aquellos disparos.
Aislada en mitad de la espesa selva, en un área montañosa a 35 kilómetros al sur de la ZDM (zona desmilitarizada) y a 8 kilómetros al sudoeste del reducto de los Marine en Khe Sahn, Lang Vei había sido construida para tratar con las fuerzas comunistas en sus propios términos. Dado que servía de base para lanzar patrullas de reconocimiento a lo largo de la ruta Ho Chi Minh y de los enclaves de la guerrilla a lo largo de la frontera, carecía de medios defensivos de cierta importancia.
Ráfagas de trazadoras
Con sus 22 boinas verdes y 400 irregulares, Lang Vei estaba en una posición delicada. En aquel momento convergían unos 40.000 soldados en el área de Khe Sanh, y lo único que hacía pensar a los mandos norteamericanos que Lang Vei podía ser defendida por la artillería pesada de Khe Sanh y los cazabombarderos de Da Nang. Mientras la noche estallaba en ráfagas caprichosas de trazadoras y fuego de armas automáticas, los defensores de Lang Vei rogaban a Dios que toda la potencia de fuego amiga entrase en escena en cuanto el espectáculo empezase de verdad.
Abriéndose paso implacables a través de las defensas de alambre de espino y minas antipersonal Claymore, los carros del EVN se precipitaron sobre el perímetro de la base. Mientras los carros surcaban la oscuridad con sus balas trazadoras y proyectores, Fragas pudo distinguir dos secciones de infantería tras ellos, usando su blindaje como protección y ariete de ataque. Despertados por las ráfagas, los defensores intentaron desesperadamente detener a aquellos "revientapuertas".
Aunque su coraza era ligera, los PT-76 de diseño soviético, permanecían inmunes al fuego de las armas ligeras y siguieron adelante.
Mientras dos PT-76 irrumpían por la esquina sudeste de la base, el sargento James Hola ocupó el puesto del tirador de uno de los dos cañones de 106 mm que había en la base. Apuntó con una única trazadora y dejó fuera de combate a ambos carros desde menos de 350 metros. Mientras sus tripulaciones, incluidas tres mujeres, abandonaban sus incendiados vehículos, un tercer PT-76 se abrió paso entre ellos y consiguió arrasar tres casamatas. Con gran serenidad, Holt disparó de nuevo y consiguió un tercer impacto directo con su último proyectil. Entonces aparecieron dos carros detrás de los PT-76 destruidos. El 106 mm abandonado fue aplastado.
Acude un Spooky.
Mientras la batalla se recrudecía, el capitán Frank C. Willoughby, comandante del destacamento de Fuerzas Especiales A-101, metido en el refugio en el que estaba el centro de operaciones, radiaba mensajes pidiendo apoyo artillero desde la base del USMC en Khe Sanh. Quince minutos después de iniciada la lucha los primeros proyectiles empezaron a caer justo fuera de la alambrada que delimitaba el perímetro de la base. Willoughby transmitía las correcciones a los Marine, quienes batían el que parecía el esfuerzo principal del enemigo. Diez minutos más tarde el apoyo aumentó con la llegada de un avión cañonero Spooky, uno de iluminación y un aparato ligero de observación de la Fuerza Aérea.
A pesar de ello, las tropas del Ejército nordvietnamita seguían avanzando, explotando la potencia de fuego de sus carros a corta distancia. Mientras los defensores intentaban en vano hacer frente a aquel ataque imprevisto con sus ineficaces armas portátiles y granadas de mano, los PT-76 rebasaron el ángulo sudeste de la base, dirigiendo su fuego hacía el interior de la misma. Esta táctica se repetía al otro lado del campamento, en el que tres carros más rebasaban a las desbordadas tropas defensoras.
Mientras los defensores de Lang Vei luchaban desesperadamente cuerpo a cuerpo con sus asaltantes, sucedió lo inevitable. A las 2,45, un carro llegó al perímetro interno, giró su torre y empezó a disparar contra el puesto médico. Casi simultáneamente un segundo carro llegó al centro de la posición, aplastó un emplazamiento de morteros y avanzó inexorablemente hacía el centro neurálgico del campamento.
El puesto de mando de Willoughby era un cacahuete a punto de ser aplastado por un cascanueces grande como una apisonadora.
Sorprendentemente, se aplazó el momento de la ejecución. Hasta entonces, los equipos contracarro organizados por el teniente coronel Daniel F. Schugel, que se encontraba de visita en la base, no habían conseguido más que irritar a la tripulación de los PT-76. Sin embargo, en ese momento, en un brusco giro de la suerte , Schungel lanzó dos granadas bajo el casco de uno de los carros. Segundos más tarde, un cohete LAW dio en la parte trasera del mismo. La escotilla del carro se abrió, pero sólo emergieron llamas. Desmoralizados por la aparente fragilidad de sus vehículos, los tripulantes del segundo PT-76 lo abandonaron sólo para ser cazados uno a uno.
Asalto Final
Haciendo caso omiso de la perdida de los dos carros, los nordvietnamitas se encontraban ya virtualmente en posesión de la base. Esto no quiere decir que los defensores de Lang Vei se hubiesen rendido. Aislados en la profundidad del refugio de mando estaban Willoughby, Fragas, seis boinas verdes más, el comandante sudvietnamita del campo y 25 irregulares. Los nordvietnamitas iniciaron sus intentos de hacer salir a sus ocupantes. Primero intentaron aplastarlo bajo el peso de un carro y luego empezaron a atacar el interior con explosivos, granadas, gas lacrimógeno y fuego de armas portátiles. Heridos en su mayoría, atacados por las náuseas y faltos de aire, los defensores asumieron que la destrucción era inminente y empezaron a quemar documentos valiosos. Entonces, una voz gritó desde lo alto de las escaleras en vietnamita: -"Vamos a volar el bunker, de modo que rendiros ahora mismo".
Después de una breve y tensa discusión, los sudvietnamitas salieron en tropel, para encontrarse con el saludo del fuego de las ametralladoras. Dentro quedaban tan sólo los ocho norteamericanos, seis de los cuales estaba heridos y determinados a resistir hasta el final.
Pero si los boinas verdes estaban decididos, las tropas nordvietnamitas eran igualmente persistentes. En medio de nubes de polvo, excavaron un acceso hacia el interior del puesto. Los nordvietnamitas consiguieron al fin irrumpir en el bunker. Justo cuando parecía que todo había acabado y que el último brote de defensa estaba a punto de extinguirse, apareció la ayuda. Procedentes del campamento original de Lang Vei, situado a un kilómetro al este, llegaban tres norteamericanos, los sargentos Eugene Ashley y Richard Allen y el soldado Joel Johnson y 100 laosianos armados.
Después de llamar por radio al FAC solicitando que la aviación ametrallara el campamento, las fuerzas de socorro avanzaron con precaución hacia el reducto desde el este. Se encontraron con fuego de morteros y ametralladoras, y se viero obligados a retirarse y pedir más cobertura aérea. Combinando sus ataques con el de los aviones, hicieron dos intentos antes de enviar soldados de vuelta al campo antiguo a buscar un cañón sin retroceso de 51 mm para intentarlo una vez más. Esta potencia de fuego adicional les permitió entrar en la línea de casamatas antes de ser rechazados una vez más. En ese momento un proyectil de artillería enemigo mató a Ashley y a Johnson, acabando así con ulteriores intentos de rescate.
En el refugio de mando, Willoughby sabía que sus posibilidades de salvación se estaban desvaneciendo. El tiempo corría y ya llevaban 18 horas sin alimentos ni agua. El joven oficial de los boinas verdes sabía que la situación era desesperada y actuó de acuerdo con ello. Solicitó por radio todos los ataques aéreos posibles, esperando escapar en la confusión. Mientras avión tras avión picaban y soltaban su carga mortífera, la luz del día sorprendió a los supervivientes, que, protegidos por numerosas explosiones salieron de puntillas a la superficie del campamento. El bombardeo había cumplido obviamente su objetivo, ya que el grupo que escapaba tan sólo se vio atacado por disparos procedentes de uno de los refugios.
Cuando el atribulado grupo llegó al antiguo campamento encontraron al coronel Schungel que, haciendo caso omiso de sus tres heridas, intentaba organizar una fuerza de evacuación que ya llegaba con un leve retraso. Willoughby le dijo que ya no había por quien preocuparse. Entonces se pidió un bombardeo final del campamento.
Con cerca de 200 de sus defensores muertos o desaparecidos, finalizó la breve y sangrienta batalla de Lang Vei
Justo después de la medianoche del 7 de febrero, el puesto de observación de Lang Vei fue repentinamente iluminado por una bengala. Cuando el sorprendido sargento Nikolas Fragas recuperó la visión tras el cegador destello, la sorpresa fue completa. Allí, detrás de dos nordvietnamitas que cortaban tranquilamente la alambrada del perímetro, ronroneaban dos enormes carros de combate pintados de color verde oliva. Espantado al haber descubierto tropas nordvietnamitas a un tiro de piedra, Fragas radió un mensaje al comandante del destacamento: ¡"Hay carros en la alambrada!" Era comprensible que la voz del especialista asistente sanitario sonase algo chillona, pues dos carros nordvietnamitas estaban a punto de rebasarle, algo que no le había sucedido nunca antes a un norteamericano en servicio en Vietnam. El EVN desplegaba medios acorazados por primera vez.
Sucedió pocos días después de que el inicio de la ofensiva del Tet sacudiera Vietnam de Sur de lado a lado. De hecho, esta base menor de las Fuerzas Especiales esperaba también la llegada del enemigo, pero no en la forma de aquellos monstruos verdes. El día anterior 50 proyectiles de artillería pesada enemiga habían caído sobre el campamento, que quedó cubierto de cráteres, con dos casamatas destruidas y los enfermeros ocupados en un par de heridos. Habían caído después de que se encendiesen unas cuantas siniestras bengalas y se oyeran extraños ruidos. Los soldados se habían apresurado a encender el viejo generador, pero ahora se había materializado el origen de aquellos disparos.
Aislada en mitad de la espesa selva, en un área montañosa a 35 kilómetros al sur de la ZDM (zona desmilitarizada) y a 8 kilómetros al sudoeste del reducto de los Marine en Khe Sahn, Lang Vei había sido construida para tratar con las fuerzas comunistas en sus propios términos. Dado que servía de base para lanzar patrullas de reconocimiento a lo largo de la ruta Ho Chi Minh y de los enclaves de la guerrilla a lo largo de la frontera, carecía de medios defensivos de cierta importancia.
Ráfagas de trazadoras
Con sus 22 boinas verdes y 400 irregulares, Lang Vei estaba en una posición delicada. En aquel momento convergían unos 40.000 soldados en el área de Khe Sanh, y lo único que hacía pensar a los mandos norteamericanos que Lang Vei podía ser defendida por la artillería pesada de Khe Sanh y los cazabombarderos de Da Nang. Mientras la noche estallaba en ráfagas caprichosas de trazadoras y fuego de armas automáticas, los defensores de Lang Vei rogaban a Dios que toda la potencia de fuego amiga entrase en escena en cuanto el espectáculo empezase de verdad.
Abriéndose paso implacables a través de las defensas de alambre de espino y minas antipersonal Claymore, los carros del EVN se precipitaron sobre el perímetro de la base. Mientras los carros surcaban la oscuridad con sus balas trazadoras y proyectores, Fragas pudo distinguir dos secciones de infantería tras ellos, usando su blindaje como protección y ariete de ataque. Despertados por las ráfagas, los defensores intentaron desesperadamente detener a aquellos "revientapuertas".
Aunque su coraza era ligera, los PT-76 de diseño soviético, permanecían inmunes al fuego de las armas ligeras y siguieron adelante.
Mientras dos PT-76 irrumpían por la esquina sudeste de la base, el sargento James Hola ocupó el puesto del tirador de uno de los dos cañones de 106 mm que había en la base. Apuntó con una única trazadora y dejó fuera de combate a ambos carros desde menos de 350 metros. Mientras sus tripulaciones, incluidas tres mujeres, abandonaban sus incendiados vehículos, un tercer PT-76 se abrió paso entre ellos y consiguió arrasar tres casamatas. Con gran serenidad, Holt disparó de nuevo y consiguió un tercer impacto directo con su último proyectil. Entonces aparecieron dos carros detrás de los PT-76 destruidos. El 106 mm abandonado fue aplastado.
Acude un Spooky.
Mientras la batalla se recrudecía, el capitán Frank C. Willoughby, comandante del destacamento de Fuerzas Especiales A-101, metido en el refugio en el que estaba el centro de operaciones, radiaba mensajes pidiendo apoyo artillero desde la base del USMC en Khe Sanh. Quince minutos después de iniciada la lucha los primeros proyectiles empezaron a caer justo fuera de la alambrada que delimitaba el perímetro de la base. Willoughby transmitía las correcciones a los Marine, quienes batían el que parecía el esfuerzo principal del enemigo. Diez minutos más tarde el apoyo aumentó con la llegada de un avión cañonero Spooky, uno de iluminación y un aparato ligero de observación de la Fuerza Aérea.
A pesar de ello, las tropas del Ejército nordvietnamita seguían avanzando, explotando la potencia de fuego de sus carros a corta distancia. Mientras los defensores intentaban en vano hacer frente a aquel ataque imprevisto con sus ineficaces armas portátiles y granadas de mano, los PT-76 rebasaron el ángulo sudeste de la base, dirigiendo su fuego hacía el interior de la misma. Esta táctica se repetía al otro lado del campamento, en el que tres carros más rebasaban a las desbordadas tropas defensoras.
Mientras los defensores de Lang Vei luchaban desesperadamente cuerpo a cuerpo con sus asaltantes, sucedió lo inevitable. A las 2,45, un carro llegó al perímetro interno, giró su torre y empezó a disparar contra el puesto médico. Casi simultáneamente un segundo carro llegó al centro de la posición, aplastó un emplazamiento de morteros y avanzó inexorablemente hacía el centro neurálgico del campamento.
El puesto de mando de Willoughby era un cacahuete a punto de ser aplastado por un cascanueces grande como una apisonadora.
Sorprendentemente, se aplazó el momento de la ejecución. Hasta entonces, los equipos contracarro organizados por el teniente coronel Daniel F. Schugel, que se encontraba de visita en la base, no habían conseguido más que irritar a la tripulación de los PT-76. Sin embargo, en ese momento, en un brusco giro de la suerte , Schungel lanzó dos granadas bajo el casco de uno de los carros. Segundos más tarde, un cohete LAW dio en la parte trasera del mismo. La escotilla del carro se abrió, pero sólo emergieron llamas. Desmoralizados por la aparente fragilidad de sus vehículos, los tripulantes del segundo PT-76 lo abandonaron sólo para ser cazados uno a uno.
Asalto Final
Haciendo caso omiso de la perdida de los dos carros, los nordvietnamitas se encontraban ya virtualmente en posesión de la base. Esto no quiere decir que los defensores de Lang Vei se hubiesen rendido. Aislados en la profundidad del refugio de mando estaban Willoughby, Fragas, seis boinas verdes más, el comandante sudvietnamita del campo y 25 irregulares. Los nordvietnamitas iniciaron sus intentos de hacer salir a sus ocupantes. Primero intentaron aplastarlo bajo el peso de un carro y luego empezaron a atacar el interior con explosivos, granadas, gas lacrimógeno y fuego de armas portátiles. Heridos en su mayoría, atacados por las náuseas y faltos de aire, los defensores asumieron que la destrucción era inminente y empezaron a quemar documentos valiosos. Entonces, una voz gritó desde lo alto de las escaleras en vietnamita: -"Vamos a volar el bunker, de modo que rendiros ahora mismo".
Después de una breve y tensa discusión, los sudvietnamitas salieron en tropel, para encontrarse con el saludo del fuego de las ametralladoras. Dentro quedaban tan sólo los ocho norteamericanos, seis de los cuales estaba heridos y determinados a resistir hasta el final.
Pero si los boinas verdes estaban decididos, las tropas nordvietnamitas eran igualmente persistentes. En medio de nubes de polvo, excavaron un acceso hacia el interior del puesto. Los nordvietnamitas consiguieron al fin irrumpir en el bunker. Justo cuando parecía que todo había acabado y que el último brote de defensa estaba a punto de extinguirse, apareció la ayuda. Procedentes del campamento original de Lang Vei, situado a un kilómetro al este, llegaban tres norteamericanos, los sargentos Eugene Ashley y Richard Allen y el soldado Joel Johnson y 100 laosianos armados.
Después de llamar por radio al FAC solicitando que la aviación ametrallara el campamento, las fuerzas de socorro avanzaron con precaución hacia el reducto desde el este. Se encontraron con fuego de morteros y ametralladoras, y se viero obligados a retirarse y pedir más cobertura aérea. Combinando sus ataques con el de los aviones, hicieron dos intentos antes de enviar soldados de vuelta al campo antiguo a buscar un cañón sin retroceso de 51 mm para intentarlo una vez más. Esta potencia de fuego adicional les permitió entrar en la línea de casamatas antes de ser rechazados una vez más. En ese momento un proyectil de artillería enemigo mató a Ashley y a Johnson, acabando así con ulteriores intentos de rescate.
En el refugio de mando, Willoughby sabía que sus posibilidades de salvación se estaban desvaneciendo. El tiempo corría y ya llevaban 18 horas sin alimentos ni agua. El joven oficial de los boinas verdes sabía que la situación era desesperada y actuó de acuerdo con ello. Solicitó por radio todos los ataques aéreos posibles, esperando escapar en la confusión. Mientras avión tras avión picaban y soltaban su carga mortífera, la luz del día sorprendió a los supervivientes, que, protegidos por numerosas explosiones salieron de puntillas a la superficie del campamento. El bombardeo había cumplido obviamente su objetivo, ya que el grupo que escapaba tan sólo se vio atacado por disparos procedentes de uno de los refugios.
Cuando el atribulado grupo llegó al antiguo campamento encontraron al coronel Schungel que, haciendo caso omiso de sus tres heridas, intentaba organizar una fuerza de evacuación que ya llegaba con un leve retraso. Willoughby le dijo que ya no había por quien preocuparse. Entonces se pidió un bombardeo final del campamento.
Con cerca de 200 de sus defensores muertos o desaparecidos, finalizó la breve y sangrienta batalla de Lang Vei
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