Otras Batallas importantes de la Guerra de Vietnam: 22 de Noviembre de 1967, La Batalla de Dak To
22 de Noviembre: Cuando la 173ª Aerotransportada se encontró con el Ejército de Vietnam del Norte en Dak To, el veterano corresponsal de guerra Peter Arnett estaba allí para dejar constancia de aquel tormento.
Cota 875, miércoles 22 de noviembre de1967. La guerra pintaba con la misma palidez gris los rostros de los vivos y de los muertos en la Cota 875. A lo largo de 50 horas (a partir del domingo) el flujo y reflujo del combate más brutal de la guerra de Vietnam azotaron la cima de esta boscosa colina dejada de la mano de Dios y el miércoles aún no había terminado.
A veces, el único modo de adivinar quién estaba vivo y quien muerto entre aquellos exhaustos hombres consistía en observar el impacto de algún mortero enemigo. Los vivos salían corriendo sin contemplaciones hacia los diminutos búnqueres excavados en la roja arcilla de la cima, los heridos se arrastraban para buscar cobijo bajo los árboles que habían sido derribados.
Sólo los muertos, amontonados en los búnqueres, donde habían muerto por impactos directos de mortero, o tumbados boca abajo en el polvo, donde habían caído bajo las balas, permanecían inmóviles.
El 2º Batallón (503º de Infantería) de la 173ª Aerotransportada, que fue el primero en subir a esta lejana colina del sector occidental del campo de batalla de Dak To, pereció casi por completo.
De los dieciséis oficiales que dirigieron a sus hombres a través de la línea de cerros de la Cota 875 el domingo, ocho murieron y los otros ocho fueron heridos. De los trece médicos del batallón, once murieron.
Los días y noches de combate, la espera de una columna de refuerzo que avanzaba lentamente entre los cerros, el hedor de los muertos y los gemidos de los heridos marcaban profundas huellas en los jóvenes rostros de los paracaidistas que seguían en la colina.
Algunos de los heridos se derrumbaban bajo la tensión. "Es una maldita vergüenza que no nos hayan sacado de aquí", maldecía el martes por la tarde un sargento paracaidista con lágrimas en los ojos. Llevaba ya 50 horas en la colina con una dolorosa herida en la ingle. A su alrededor había docenas de heridos. Era fácil adivinar quién llevaba allí más tiempo: la sangre de sus vendajes estaba seca, no se quejaba y su mirada era vidriosa.
Las vendas de los que habían sido alcanzados por disparos recientes de mortero aún estaban empapadas en sangre fresca. Estos heridos aún se retorcían de dolor.
El juego sucio de la guerra
Los heridos más graves estaban colocados sobre una alfombra de hojas junto a la zona de aterrizaje de helicópteros situada entre altos árboles. Estos jóvenes estaban envueltos en mantas ensangrentadas que los protegían del frío nocturno. Las posiciones avanzadas nordvietnamitas estaban a sólo 45 m del cerro. La llegada de cada helicóptero atraía un intenso fuego de morteros y armas automáticas.
Un helicóptero consiguió llegar y se llevó a cinco heridos graves el domingo, pero otros diez fueron alcanzados al intentarlo.
"Los heridos pueden ver cómo los helicópteros intentan llegar. Saben que no les está permitido morir", dijo un joven oficial herido. Pero algunos sí morían, mientras su sangre se escurría entre la arcilla de la Cota 875. Algunos de ellos habían sido victimas de una bomba de 250 kg lanzada por error desde un avión norteamericano el domingo, durante un ataque aéreo sobre los cercanos fortines enemigos. Cuarenta y dos hombres murieron en aquella explosión: "el juego sucio de la guerra", dijo amargamente un superviviente.
Cuando por fin, el martes por la tarde, pudo limpiarse otra zona de aterrizaje bajo la cresta de la colina y se inició la evacuación de los heridos, muchos heridos habían muerto ya en las últimas horas de espera. Los médicos no pudieron determinar si murieron de sed, por choque nervioso o simplemente porque no aguantaban más.
El batallón sufrió las primeras bajas hacía el mediodía del domingo, mientras llegaba a la cima de la Cota 875, uno de los cientos de montículos que moteaban los cerros en Dak To hasta la zona de combate de la frontera entre Camboya y Laos. A lo largo de todo el fin de semana, mientras los paracaidistas se desplazaban por las colinas de la jungla, se descubrieron varios campamentos base enemigos.
El mayor de ellos estaba en la 875 y la Compañía D perdió varios hombres en el primer enfrentamiento con los fortines.
La Compañía A descendió de la colina para despejar una zona de aterrizaje, pero fue despedazada por un ataque de flanco nordvietnamita. Los supervivientes consiguieron volver a la cima de la colina gracias a la acción personal de un paracaidista, que empuñaba su ametralladora en el sendero y no dejaba de disparar contra las tropas enemigas, haciendo caso omiso de las órdenes de que se retirase con los otros.
"Puedes seguir disparándoles, pero tarde o temprano serán lo suficientemente numerosos como para llegar basta ti", comentó el Especialista 4 James Kelley, de Fort Myers, Florida, que vio caer al ametrallador después de haber matado unos 17 soldados comunistas.
Los cuerpos yacían con los miembros esparcidos
La Compañía D, al oír el rugido del combate debajo de ellos, volvió a la cima de la colina y se desplegó en un perímetro de 50 m, "porque calculamos que estábamos rodeados por un regimiento", dijo un oficial.
Por la tarde, mientras el batallón se reagrupaba para efectuar otro ataque contra el sistema de casamatas, llegó la bomba norteamericana a ras de los árboles y la metralla de su explosión alcanzó a los que estaban debajo. La bomba diezmó al batallón, matando a muchos de los heridos que permanecían agrupados en un claro bajo los árboles.
A partir de entonces hasta que llegó el batallón de refuerzo a la noche siguiente, los paracaidistas de la colina se atrincheraron con desesperación. Sólo había un médico disponible para los numerosos heridos y el enemigo seguía disparando contra los helicópteros de rescate.
El batallón de relevo, el 4º del 503º, enlazó con el diminuto perímetro de la 875 el lunes por la noche. Bajo la luz de la luna, la escena era dantesca. Los cuerpos yacían con los miembros esparcidos en el suelo mientras los heridos gritaban de dolor.
Los supervivientes del batallón, salieron corriendo a recibirles para coger comida y agua, pero el batallón de relevo sólo había traído suministros para un día y ya los había consumido.
Pasaron en vela la noche del lunes, pero no pasó nada. El martes, los nordvietnamitas atacaron con furia. Desde posiciones a no más de 100 m, comenzaron a bombardear el perímetro norteamericano con morteros de 82 mm. Los primeros proyectiles explosionaron al amanecer, matando a tres paracaidistas en un pozo de tirador e hiriendo a otros diecisiete. Durante el resto del día, los comunistas prosiguieron en un ataque metódico sobre la colina: lanzaban proyectiles en salvas de cinco o seis, hirieron de nuevo a los que ya sangraban en campo abierto y atravesaron las casamatas. El zumbido los proyectiles indicaba a los paracaidistas que disponían de segundos para cubrirse.
Besó el rosario
Las trincheras se fueron profundizando conforme avanzaba el día. Una tras otra recibían impactos directos. Un adiestrador de perros y su pastor alemán murieron juntos. Hombres que contaban chistes y ofrecían cigarrillos eran ahora simples heridos que se retorcían en el suelo e imp髀ńra??n
El bombardeo de aquel día fue reduciendo implacablemente la sección mandada por el primer teniente Bryan McDonough, de 25 años, de Fort Lee, Salió el domingo con 27 hombres. El martes al mediodía le quedaban nueve. "Si los vietnamitas siguen subiendo, por la tarde no quedará nadie",dijo. Las posiciones enemigas parecían insensibles los ataques aéreos. Las esferas ígneas de napalm explosionaban sobre los búnqueres, a 25 m. La tierra temblaba con las bombas pesadas.
Lo hemos intentado con bombas de 350 kg, napalm y todo lo demás, pero no hay manera. Hay que tomar esas posiciones", dijo MacDonough.
Ya avanzada la tarde del miércoles, se abrió una nueva zona de aterrizaje al pie de la Cota. Los morteros enemigos la descubrieron, pero los helicópteros pudieron llegar. La fila de heridos se extendía colina abajo y, al anochecer, ya habían sido evacuados.
¿La derrota final?
La llegada de los helicópteros, con comida, agua y munición, dio nueva vida a los paracaidistas. Hablaban con impaciencia sobre un asalto final sobre los fortines enemigos.
Cuando oscureció llegaron los lanzallamas. Con la rendición de uno de los búnkeres se inició la batalla final.
Los paracaidistas estaban por fin ganando la línea del cerro cuya captura habían iniciado tres días antes. Eran dignos de cada milímetro de ella.
El ataque final con el que Arnett cerraba su informe no fue tal, como se vio posteriormente. Rechazado aquella tarde, el 4º Batallón del 503º de Infantería sólo lo consiguió a la mañana siguiente, día de acción de gracias, capturando la Cota 875.
(El autor, Peter Arnett, trabajó en la agencia Associated Press durante la guerra de Vietnam. Pasó 30 horas en la Cota 875).
Cota 875, miércoles 22 de noviembre de1967. La guerra pintaba con la misma palidez gris los rostros de los vivos y de los muertos en la Cota 875. A lo largo de 50 horas (a partir del domingo) el flujo y reflujo del combate más brutal de la guerra de Vietnam azotaron la cima de esta boscosa colina dejada de la mano de Dios y el miércoles aún no había terminado.
A veces, el único modo de adivinar quién estaba vivo y quien muerto entre aquellos exhaustos hombres consistía en observar el impacto de algún mortero enemigo. Los vivos salían corriendo sin contemplaciones hacia los diminutos búnqueres excavados en la roja arcilla de la cima, los heridos se arrastraban para buscar cobijo bajo los árboles que habían sido derribados.
Sólo los muertos, amontonados en los búnqueres, donde habían muerto por impactos directos de mortero, o tumbados boca abajo en el polvo, donde habían caído bajo las balas, permanecían inmóviles.
El 2º Batallón (503º de Infantería) de la 173ª Aerotransportada, que fue el primero en subir a esta lejana colina del sector occidental del campo de batalla de Dak To, pereció casi por completo.
De los dieciséis oficiales que dirigieron a sus hombres a través de la línea de cerros de la Cota 875 el domingo, ocho murieron y los otros ocho fueron heridos. De los trece médicos del batallón, once murieron.
Los días y noches de combate, la espera de una columna de refuerzo que avanzaba lentamente entre los cerros, el hedor de los muertos y los gemidos de los heridos marcaban profundas huellas en los jóvenes rostros de los paracaidistas que seguían en la colina.
Algunos de los heridos se derrumbaban bajo la tensión. "Es una maldita vergüenza que no nos hayan sacado de aquí", maldecía el martes por la tarde un sargento paracaidista con lágrimas en los ojos. Llevaba ya 50 horas en la colina con una dolorosa herida en la ingle. A su alrededor había docenas de heridos. Era fácil adivinar quién llevaba allí más tiempo: la sangre de sus vendajes estaba seca, no se quejaba y su mirada era vidriosa.
Las vendas de los que habían sido alcanzados por disparos recientes de mortero aún estaban empapadas en sangre fresca. Estos heridos aún se retorcían de dolor.
El juego sucio de la guerra
Los heridos más graves estaban colocados sobre una alfombra de hojas junto a la zona de aterrizaje de helicópteros situada entre altos árboles. Estos jóvenes estaban envueltos en mantas ensangrentadas que los protegían del frío nocturno. Las posiciones avanzadas nordvietnamitas estaban a sólo 45 m del cerro. La llegada de cada helicóptero atraía un intenso fuego de morteros y armas automáticas.
Un helicóptero consiguió llegar y se llevó a cinco heridos graves el domingo, pero otros diez fueron alcanzados al intentarlo.
"Los heridos pueden ver cómo los helicópteros intentan llegar. Saben que no les está permitido morir", dijo un joven oficial herido. Pero algunos sí morían, mientras su sangre se escurría entre la arcilla de la Cota 875. Algunos de ellos habían sido victimas de una bomba de 250 kg lanzada por error desde un avión norteamericano el domingo, durante un ataque aéreo sobre los cercanos fortines enemigos. Cuarenta y dos hombres murieron en aquella explosión: "el juego sucio de la guerra", dijo amargamente un superviviente.
Cuando por fin, el martes por la tarde, pudo limpiarse otra zona de aterrizaje bajo la cresta de la colina y se inició la evacuación de los heridos, muchos heridos habían muerto ya en las últimas horas de espera. Los médicos no pudieron determinar si murieron de sed, por choque nervioso o simplemente porque no aguantaban más.
El batallón sufrió las primeras bajas hacía el mediodía del domingo, mientras llegaba a la cima de la Cota 875, uno de los cientos de montículos que moteaban los cerros en Dak To hasta la zona de combate de la frontera entre Camboya y Laos. A lo largo de todo el fin de semana, mientras los paracaidistas se desplazaban por las colinas de la jungla, se descubrieron varios campamentos base enemigos.
El mayor de ellos estaba en la 875 y la Compañía D perdió varios hombres en el primer enfrentamiento con los fortines.
La Compañía A descendió de la colina para despejar una zona de aterrizaje, pero fue despedazada por un ataque de flanco nordvietnamita. Los supervivientes consiguieron volver a la cima de la colina gracias a la acción personal de un paracaidista, que empuñaba su ametralladora en el sendero y no dejaba de disparar contra las tropas enemigas, haciendo caso omiso de las órdenes de que se retirase con los otros.
"Puedes seguir disparándoles, pero tarde o temprano serán lo suficientemente numerosos como para llegar basta ti", comentó el Especialista 4 James Kelley, de Fort Myers, Florida, que vio caer al ametrallador después de haber matado unos 17 soldados comunistas.
Los cuerpos yacían con los miembros esparcidos
La Compañía D, al oír el rugido del combate debajo de ellos, volvió a la cima de la colina y se desplegó en un perímetro de 50 m, "porque calculamos que estábamos rodeados por un regimiento", dijo un oficial.
Por la tarde, mientras el batallón se reagrupaba para efectuar otro ataque contra el sistema de casamatas, llegó la bomba norteamericana a ras de los árboles y la metralla de su explosión alcanzó a los que estaban debajo. La bomba diezmó al batallón, matando a muchos de los heridos que permanecían agrupados en un claro bajo los árboles.
A partir de entonces hasta que llegó el batallón de refuerzo a la noche siguiente, los paracaidistas de la colina se atrincheraron con desesperación. Sólo había un médico disponible para los numerosos heridos y el enemigo seguía disparando contra los helicópteros de rescate.
El batallón de relevo, el 4º del 503º, enlazó con el diminuto perímetro de la 875 el lunes por la noche. Bajo la luz de la luna, la escena era dantesca. Los cuerpos yacían con los miembros esparcidos en el suelo mientras los heridos gritaban de dolor.
Los supervivientes del batallón, salieron corriendo a recibirles para coger comida y agua, pero el batallón de relevo sólo había traído suministros para un día y ya los había consumido.
Pasaron en vela la noche del lunes, pero no pasó nada. El martes, los nordvietnamitas atacaron con furia. Desde posiciones a no más de 100 m, comenzaron a bombardear el perímetro norteamericano con morteros de 82 mm. Los primeros proyectiles explosionaron al amanecer, matando a tres paracaidistas en un pozo de tirador e hiriendo a otros diecisiete. Durante el resto del día, los comunistas prosiguieron en un ataque metódico sobre la colina: lanzaban proyectiles en salvas de cinco o seis, hirieron de nuevo a los que ya sangraban en campo abierto y atravesaron las casamatas. El zumbido los proyectiles indicaba a los paracaidistas que disponían de segundos para cubrirse.
Besó el rosario
Las trincheras se fueron profundizando conforme avanzaba el día. Una tras otra recibían impactos directos. Un adiestrador de perros y su pastor alemán murieron juntos. Hombres que contaban chistes y ofrecían cigarrillos eran ahora simples heridos que se retorcían en el suelo e imp髀ńra??n
El bombardeo de aquel día fue reduciendo implacablemente la sección mandada por el primer teniente Bryan McDonough, de 25 años, de Fort Lee, Salió el domingo con 27 hombres. El martes al mediodía le quedaban nueve. "Si los vietnamitas siguen subiendo, por la tarde no quedará nadie",dijo. Las posiciones enemigas parecían insensibles los ataques aéreos. Las esferas ígneas de napalm explosionaban sobre los búnqueres, a 25 m. La tierra temblaba con las bombas pesadas.
Lo hemos intentado con bombas de 350 kg, napalm y todo lo demás, pero no hay manera. Hay que tomar esas posiciones", dijo MacDonough.
Ya avanzada la tarde del miércoles, se abrió una nueva zona de aterrizaje al pie de la Cota. Los morteros enemigos la descubrieron, pero los helicópteros pudieron llegar. La fila de heridos se extendía colina abajo y, al anochecer, ya habían sido evacuados.
¿La derrota final?
La llegada de los helicópteros, con comida, agua y munición, dio nueva vida a los paracaidistas. Hablaban con impaciencia sobre un asalto final sobre los fortines enemigos.
Cuando oscureció llegaron los lanzallamas. Con la rendición de uno de los búnkeres se inició la batalla final.
Los paracaidistas estaban por fin ganando la línea del cerro cuya captura habían iniciado tres días antes. Eran dignos de cada milímetro de ella.
El ataque final con el que Arnett cerraba su informe no fue tal, como se vio posteriormente. Rechazado aquella tarde, el 4º Batallón del 503º de Infantería sólo lo consiguió a la mañana siguiente, día de acción de gracias, capturando la Cota 875.
(El autor, Peter Arnett, trabajó en la agencia Associated Press durante la guerra de Vietnam. Pasó 30 horas en la Cota 875).
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