El Mariscal Rommel (Lutz Koch)
Acabo de terminar de leer la biografía del Mariscal Edwin Rommel, de Lutz Koch, un libro que me ha cautivado durante todo el mes de Julio (eso explica mi falta de actividad).
Sobre el autor cabe decir que es un personaje que, pese a su humildad, resulta tan interesante como el protagonista. Se trata de un periodista, un corresponsal y amigo personal del Mariscal que, a parte de ensalzar la imagen de Rommel, defiende en todo momento su memoria ante el destino injusto que sufriese uno de los personajes más destacados de la Segunda Guerra Mundial.
El libro no es tanto una biografía (existen otras en las que abundan los detalles sobre su infancia y juventud el osito blanco le llamaban de niño debido a la palidez de su piel, lo cual explica que incluso durante su destino en el Norte de África se le retratara a menudo con su abrigo de cuero y su gorra de plato), sino más bien la narración de su evolución moral, de su madurez como personaje público (convertido en tal por la propaganda nazi), es decir cómo pasó de ser el héroe del III Reich, el más joven Mariscal, victorioso líder del Afrika Korps, victorioso Teniente de los Gebirgsjäger (tropas de montaña) en la Primera Guerra Mundial y el terror de los Aliados, que le apodaban El Brujo, a convencerse de que la guerra no podía acabar bien para su país mientras Hitler siguiese en el poder.
El texto de Koch no se detiene sólo en Rommel, sino que investiga en parte de los conjurados del 20 de Julio (el atentado al que sobrevivió Hitler), en los que, al parecer, podrían haber estado implicados los principales Generales alemanes (Von Manstein y Von Kluge, que se echarían atrás en el último momento pese a que este último expresó su deseo de acabar con el dictador alemán desde 1942). También aborda las discusiones de Rommel con otro de los genios militares alemanes de la época: Guderian, autor de Atchung Panzer, y considerado el padre de la Guerra Relámpago, acerca de la Doctrina estratégica que debió seguir Alemania desde 1942. Mientras que éste insistía en una doctrina ofensiva y en hacer hincapié en la construcción y desarrollo de carros de combate, Rommel se decantaba por una actitud defensiva, y en el desarrollo de medios para tal fin, como artillería y armamento anticarro para infantería. Cabe decir que aunque fuese un especialista en blindados, al contrario que Guderian su fuerte era la infantería; de hecho escribió un libro titulado La infantería ataca.
La parte más dura del libro es evidentemente la de las represalias del gobierno nacionalsocialista contra los conjurados, que tuvo por consecuencia el infame envenenamiento del Mariscal, que no tuvo nada que ver con el apresurado atentado. Debido a que estaba convaleciente de las heridas sufridas en un ataque aéreo aliado. De haber seguido al mando del Grupo de Ejércitos B, probablemente habría replegado las tropas hacia Alemania para expulsar del poder a los nazis, pero esto no deja de ser una opinión de Koch.
El autor se ceba merecidamente con los llamados Generales del Partido, Jodel, Keitel que destacaban por su servilismo a Hitler y por ser un par de negados para las labores estratégicas- (e incluso se atreve a incluir a Kluge y Guderian); militares que, sobornados por Hitler con una curiosa costumbre (regalar grandes sumas de dinero o bienes inmuebles en el caso de Guderian) que denomina la maldición del oro: Hitler compraba literalmente la lealtad de los generales que temía o que quería controlar (aunque otros como Rommel no cobraron jamás otra cosa que el sueldo reglamentario y otros como List rechazaron una y otra vez estos regalos, e incluso llegaron a pedir su destitución al estar en desacuerdo con las órdenes del dictador).
El libro nos regala escenas maravillosas, dignas de una película cómica, como cuando Rommel va a Roma en 1942 a pedir más suministros a Mussolini. Resulta una secuencia desternillante ver al pobre Rommel pedir más seguridad a los convoyes, aviación de apoyo, tropas de refuerzo y pertrechos, cuando el dictador fascista hacía pasar al ministro de turno para comunicarle la petición, y que éste hiciese una reverencia y exclamase va bene, va bene, para acto seguido dar media vuelta y marcharse. Rommel salió convencido de la reunión de que no llegaría ni una sola división ni una sola pieza de repuesto a Trípoli tras tantas promesas.
Otras escenas son los ataques de ira del Mariscal en cuanto le mencionaban a la Luftwaffe, en especial si le mencionaban a Goering o a Kesselring, o su opinión sobre Von Ribbentrop (Ministro de Exteriores del III Reich) al que consideraba el mayor imbécil que jamás hubiese dirigido la política exterior alemana. Personalmente me ha afectado la imagen que ofrece Koch de Canaris, el director de la Abwer (el servicio secreto nazi). Le tenía por un eficiente jefe del espionaje que, de hecho desbarató el intento de golpe contra Hitler, y precipitó los acontecimientos para que el atentado se adelantase y capturar a toda la organización con las manos en la masa. Claro, que si fallaba y Hitler moría no perdía nada Sin embargo, le hecho de que no tuviese contacto alguno con la conjura del 20 de Julio, y su cooperación con Goebbels en la desarticulación de a conjura ha empeorado su imagen ante mis ojos.
Finalmente, recordar escenas imborrables, como las entrevistas de Koch con Hitler, de la mano de Goebbels y Dietrich (el director de prensa de Hitler), en las que relata qué hacían Hitler y su camarilla: Cena, conversación, comentarios sobre la prensa británica (no tiene desperdicio leer los insultos que dedicaba a Churchill), y luego se tomaban un licor mientras veían filmaciones de la artillería alemana en el Frente del Este (digo yo que eso le entretendría), tertulia, café y cigarro, o costumbres de los generales del Frente Oriental en la última etapa de la Guerra: Zukov tenía por costumbre comunicarse con su enemigo: Modell le enviaba telegramas sugiriendo lugares por donde atacarle, a los que éste respondía que preferiría sorprenderle (conozco otra anécdota parecida, durante la Batalla de Berlín, Zukov mandó a un oficial de comunicaciones telefonear al Ministerio de Propaganda y preguntar a Goebbels cuánto pensaban resistir, y por dónde abandonaría la ciudad lo divertido es que el Ministro nazi de Propaganda le cogió el teléfono y respondió enfadadísimo que resistirían y que Alemania vencería en Berlín ).
En resumidas cuentas, un libro excelente sobre un personaje fundamental de la Historia Militar del siglo XX. Experto en ardides, y con una excelente visión táctica y estratégica, Rommel demostró que en la guerra dos más dos no siempre suman cuatro, y que, aunque fuese el segundo personaje más célebre para el pueblo alemán en ese momento, su evolución moral lo coloca muy por encima de cualquier nazi. La guerra era para él una disputa entre caballeros, un enfrentamiento regido por normas a respetar por parte de los contendientes. Una lección que cabe recordar en estos primeros años del siglo XXI.
Las fotos que ilustran el libro son obra de F. Moosmüller, os añado una firmada por el propio Rommel)
Sobre el autor cabe decir que es un personaje que, pese a su humildad, resulta tan interesante como el protagonista. Se trata de un periodista, un corresponsal y amigo personal del Mariscal que, a parte de ensalzar la imagen de Rommel, defiende en todo momento su memoria ante el destino injusto que sufriese uno de los personajes más destacados de la Segunda Guerra Mundial.
El libro no es tanto una biografía (existen otras en las que abundan los detalles sobre su infancia y juventud el osito blanco le llamaban de niño debido a la palidez de su piel, lo cual explica que incluso durante su destino en el Norte de África se le retratara a menudo con su abrigo de cuero y su gorra de plato), sino más bien la narración de su evolución moral, de su madurez como personaje público (convertido en tal por la propaganda nazi), es decir cómo pasó de ser el héroe del III Reich, el más joven Mariscal, victorioso líder del Afrika Korps, victorioso Teniente de los Gebirgsjäger (tropas de montaña) en la Primera Guerra Mundial y el terror de los Aliados, que le apodaban El Brujo, a convencerse de que la guerra no podía acabar bien para su país mientras Hitler siguiese en el poder.
El texto de Koch no se detiene sólo en Rommel, sino que investiga en parte de los conjurados del 20 de Julio (el atentado al que sobrevivió Hitler), en los que, al parecer, podrían haber estado implicados los principales Generales alemanes (Von Manstein y Von Kluge, que se echarían atrás en el último momento pese a que este último expresó su deseo de acabar con el dictador alemán desde 1942). También aborda las discusiones de Rommel con otro de los genios militares alemanes de la época: Guderian, autor de Atchung Panzer, y considerado el padre de la Guerra Relámpago, acerca de la Doctrina estratégica que debió seguir Alemania desde 1942. Mientras que éste insistía en una doctrina ofensiva y en hacer hincapié en la construcción y desarrollo de carros de combate, Rommel se decantaba por una actitud defensiva, y en el desarrollo de medios para tal fin, como artillería y armamento anticarro para infantería. Cabe decir que aunque fuese un especialista en blindados, al contrario que Guderian su fuerte era la infantería; de hecho escribió un libro titulado La infantería ataca.
La parte más dura del libro es evidentemente la de las represalias del gobierno nacionalsocialista contra los conjurados, que tuvo por consecuencia el infame envenenamiento del Mariscal, que no tuvo nada que ver con el apresurado atentado. Debido a que estaba convaleciente de las heridas sufridas en un ataque aéreo aliado. De haber seguido al mando del Grupo de Ejércitos B, probablemente habría replegado las tropas hacia Alemania para expulsar del poder a los nazis, pero esto no deja de ser una opinión de Koch.
El autor se ceba merecidamente con los llamados Generales del Partido, Jodel, Keitel que destacaban por su servilismo a Hitler y por ser un par de negados para las labores estratégicas- (e incluso se atreve a incluir a Kluge y Guderian); militares que, sobornados por Hitler con una curiosa costumbre (regalar grandes sumas de dinero o bienes inmuebles en el caso de Guderian) que denomina la maldición del oro: Hitler compraba literalmente la lealtad de los generales que temía o que quería controlar (aunque otros como Rommel no cobraron jamás otra cosa que el sueldo reglamentario y otros como List rechazaron una y otra vez estos regalos, e incluso llegaron a pedir su destitución al estar en desacuerdo con las órdenes del dictador).
El libro nos regala escenas maravillosas, dignas de una película cómica, como cuando Rommel va a Roma en 1942 a pedir más suministros a Mussolini. Resulta una secuencia desternillante ver al pobre Rommel pedir más seguridad a los convoyes, aviación de apoyo, tropas de refuerzo y pertrechos, cuando el dictador fascista hacía pasar al ministro de turno para comunicarle la petición, y que éste hiciese una reverencia y exclamase va bene, va bene, para acto seguido dar media vuelta y marcharse. Rommel salió convencido de la reunión de que no llegaría ni una sola división ni una sola pieza de repuesto a Trípoli tras tantas promesas.
Otras escenas son los ataques de ira del Mariscal en cuanto le mencionaban a la Luftwaffe, en especial si le mencionaban a Goering o a Kesselring, o su opinión sobre Von Ribbentrop (Ministro de Exteriores del III Reich) al que consideraba el mayor imbécil que jamás hubiese dirigido la política exterior alemana. Personalmente me ha afectado la imagen que ofrece Koch de Canaris, el director de la Abwer (el servicio secreto nazi). Le tenía por un eficiente jefe del espionaje que, de hecho desbarató el intento de golpe contra Hitler, y precipitó los acontecimientos para que el atentado se adelantase y capturar a toda la organización con las manos en la masa. Claro, que si fallaba y Hitler moría no perdía nada Sin embargo, le hecho de que no tuviese contacto alguno con la conjura del 20 de Julio, y su cooperación con Goebbels en la desarticulación de a conjura ha empeorado su imagen ante mis ojos.
Finalmente, recordar escenas imborrables, como las entrevistas de Koch con Hitler, de la mano de Goebbels y Dietrich (el director de prensa de Hitler), en las que relata qué hacían Hitler y su camarilla: Cena, conversación, comentarios sobre la prensa británica (no tiene desperdicio leer los insultos que dedicaba a Churchill), y luego se tomaban un licor mientras veían filmaciones de la artillería alemana en el Frente del Este (digo yo que eso le entretendría), tertulia, café y cigarro, o costumbres de los generales del Frente Oriental en la última etapa de la Guerra: Zukov tenía por costumbre comunicarse con su enemigo: Modell le enviaba telegramas sugiriendo lugares por donde atacarle, a los que éste respondía que preferiría sorprenderle (conozco otra anécdota parecida, durante la Batalla de Berlín, Zukov mandó a un oficial de comunicaciones telefonear al Ministerio de Propaganda y preguntar a Goebbels cuánto pensaban resistir, y por dónde abandonaría la ciudad lo divertido es que el Ministro nazi de Propaganda le cogió el teléfono y respondió enfadadísimo que resistirían y que Alemania vencería en Berlín ).
En resumidas cuentas, un libro excelente sobre un personaje fundamental de la Historia Militar del siglo XX. Experto en ardides, y con una excelente visión táctica y estratégica, Rommel demostró que en la guerra dos más dos no siempre suman cuatro, y que, aunque fuese el segundo personaje más célebre para el pueblo alemán en ese momento, su evolución moral lo coloca muy por encima de cualquier nazi. La guerra era para él una disputa entre caballeros, un enfrentamiento regido por normas a respetar por parte de los contendientes. Una lección que cabe recordar en estos primeros años del siglo XXI.
Las fotos que ilustran el libro son obra de F. Moosmüller, os añado una firmada por el propio Rommel)
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